En ejercicios de clase para la asignatura "Administración de Instituciones Educativas", hemos recogido un sinnúmero de reflexiones de estudiantes a quienes, por sus trayectorias escolares, consideramos expertos usuarios de servicios educativos. Para ello trazamos heurísticamente distintas actividades didácticas -como son los ejercicios mnemotécnicos o la simulación de grupos de autoayuda- para tratar de conocer desde sus subjetividades, qué tan satisfactorio ha sido para ellos su tránsito por las escuelas que les han formado.
Entre las buenas experiencias que relatan se cuentan de manera recurrente las que buscaban mejorar la infraestructura física de los centros escolares; en segundo lugar se destacan las relacionadas con la actualización del profesorado y, por último, de modo casuístico en definitiva, se mencionaron algunas prácticas de evaluación institucional (tanto del desempeño docente como de los aprendizajes) o el buen trato personal de directivos hacia estudiantes.
A diferencia de las buenas prácticas, que son de difícil acceso en el recuerdo de los usuarios y las usuarias, las malas experiencias abundan. Para recrearnos, mencionaré algunas de ellas solamente: ausentismo de directivos, conflictos internos, extravío de documentación, líos con la comunidad, escaso interés por el aprendizaje, disfunción en los procesos evaluativos, alcoholismo, corrupción, desmotivación, desorganización de actividades, escaso conocimiento y aplicación de técnicas administrativas, escasa autonomía de directivos para toma de decisiones, ausencia de planeación y resultados, entre otros.
Ante el reto de coordinar un curso sobre administración escolar, lo más sencillo habría sido partir de los conceptos, de los libros, para buscar imponer ese conocimiento a los entornos mediatos e inmediatos. Pero creemos que hacernos sensibles a las consideraciones que nos impone el contexto, darán mejor resultado en términos de aprendizaje. Ya le vimos el rostro a los demonios que nos toca combatir.
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